11 de junio de 2011

"No tengas miedo", le susurré.
"Somos como una sola persona".
De pronto me abrumó
la realidad de mis palabras.
Ese momento era tan perfecto,
tan auténtico.
No dejaba lugar a dudas.
Me rodeó con los brazos,
me estrechó contra él
y hasta la última
de mis terminaciones nerviosas
cobró vida propia.
"Para siempre", concluyó.